En toda la historia de la Literatura Ecuatoriana quizá no haya bautizo tan acertado, vaticinio y premonición, que el de los señores José Veintimilla y Jerónima Carrión, al nominar a su hija Dolores.
Dolores Veintimilla de Galindo nació en Quito un 12 de julio de 1829. Desde muy temprana edad, inicia su formación literaria y de las dotes comunes de la época, a cargo de la Iglesia Católica. Sin embargo, no será hasta que precozmente contrae matrimonio con el médico colombiano Sixto Galindo (de quien adopta su apellido), que surge la semilla poética de Dolores. Es en esta etapa en que se convierte en madre, y se da inicio a su nómada andar por el país.
Los frecuentes viajes: Guayaquil y Cuenca principalmente, terminan dejándola abandonada en esta última ciudad. Sola y en medio de una sociedad tradicional y con fuertes arraigos coloniales, Dolores encontraría a sus futuros verdugos. Uno de los poemas en los que ya Dolores, consciente de sus retractores, canta las siguientes espinas:
A mis Enemigos
"¿Qué os hice yo, mujer desventurada,
que en mi rostro, traidores, escupís
de la infame calumnia la ponzoña
y así matáis a mi alma juvenil?
¿Qué sombra os puede hacer una insensata
que arroja de los vientos al confín
los lamentos de su alma atribulada
y el llanto de sus ojos? ¡ay de mí!
¿Envidiáis, envidiáis que sus aromas
le dé a las brisas mansas el jazmín?
¿Envidiáis que los pájaros entonen
sus himnos cuando el sol viene a lucir?
¡No! ¡no os burláis de mí sino del cielo,
que al hacerme tan triste e infeliz,
me dio para endulzar mi desventura
de ardiente inspiración rayo gentil!
¿Por qué, por qué queréis que yo sofoque
lo que en mi pensamiento osa vivir?
Por qué matáis para la dicha mi alma?
¿Por qué ¡cobardes! a traición me herís?
No dan respeto la mujer, la esposa,
La madre amante a vuestra lengua vil...
Me marcáis con el sello de la impura...
¡Ay! nada! nada! respetáis en mí!"
La soledad y el fuerte deseo de evadir los sufrimientos cotidianos, la llevan a redescubrir su talento literario. Vena que su esposo se había encargado de abrir, dándole a leer toda clase de libros, incluso los prohibidos, naturalmente. Se une a las tertulias poéticas y comienza a producir poemas de enorme calidad y gran desesperación evidente. Su poema Quejas es, entre muchos, el que más se ha citado constantemente. Se cree está dedicado a su esposo, cuyas frecuentes infidelidades eran conocidas por todos:
Quejas
"¡Y amarle pude! Al sol de la existencia
se abría apenas soñadora el alma…
Perdió mi pobre corazón su calma
desde el fatal instante en que le hallé.
Sus palabras sonaron en mi oído
como música blanda y deliciosa;
subió a mi rostro el tinte de la rosa;
como la hoja en el árbol vacilé.
Su imagen en el sueño me acosaba
siempre halagüeña, siempre enamorada;
mil veces sorprendiste, madre amada,
en mi boca un suspiro abrasador;
y era él quien lo arrancaba de mi pecho;
él, la fascinación de mis sentidos;
él, ideal de mis sueños más queridos;
él, mi primero, mi ferviente amor.
Sin él, para mí el campo placentero
en vez de flores me obsequiaba abrojos;
sin él eran sombríos a mis ojos
del sol los rayos en el mes de abril.
Vivía de su vida apasionada;
era el centro de mi alma el amor suyo;
era mi aspiración, era mi orgullo…
¿Por qué tan presto me olvidaba el vil?
No es mío ya su amor, que a otra prefiere.
Sus caricias son frías como el hielo;
es mentira su fe, finge desvelo…
Mas no me engañará con su ficción…
¡Y amarle pude, delirante, loca!
¡No, mi altivez no sufre su maltrato!
Y si a olvidar no alcanzas al ingrato,
¡te arrancaré del pecho, corazón!"
Asediada por sus enemigos, Dolores entre en una fase de angustia y melancolía. Se ve encarcelada en un mundo incapaz de comprenderla, contra un mundo que la detesta. Es entonces que toma la fatal decisión de suicidarse con cianuro, un 23 de mayo de 1857; apenas contaba con 28 años de edad. Dejó una carta a su madre, envió a la criada con su hijo. mismos que cuando regresaron, encontraron la escena trágica que todos hemos imaginado con dolor.
Nuestra Dolores (sufrimos con ella al leer sus poemas) se recordará permanentemente, en cada una de las aulas, ciudades y hogares cuyos poemas se reciten o lean. Nos estará custodiando frente a la lucha constante que día a día debemos enfrentar. Pues nosotros, tal vez en menor intensidad, también tenemos enemigos.
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