Tanto el silencio exterior como
el interior (el más difícil de lograr) nos ayudan a concentrarnos en nosotros mismos
y en lo que nos rodea. Es en estos momentos de silencio y soledad, cuando
discriminamos lo nimio de lo trascendental.
Lastimosamente, este silencio del
que parcialmente hemos disfrutado como consecuencia nefasta de la pandemia (Covid
19) está pronto a desaparecer.
La presión por parte del sector
comercial y productivo de la ciudad hacia las autoridades es cada vez más
influyente y poderoso. A esto se suma la imperante necesidad de la clase pobre
quien trabaja generalmente en la informalidad, y que requieren de la
reactivación social para subsistir. Son los que más han sufrido los efectos catastróficos
de la crisis sanitaria y están, con justa razón, desesperados. Los que tenemos
la suerte (pese a la situación) de contar con un techo seguro y alimento, no
vemos ni conocemos directamente esta realidad. La observamos desde la comunidad
de nuestras casas a través de la televisión o el teléfono celular.
Sin embargo, los hay quienes a
pesar de tener el privilegio de un lugar donde resguardarse y nutrirse, encuentran
insoportable el encierro y la falta de contacto social. Estos, están desesperados
emocionalmente. No sufren por el hambre ni la enfermedad; su padecimiento es superficial,
si podemos darle un nombre a su necesidad de verse rodeados de otros.
Pero también existe una minoría
(entre los que, si me permiten, me siento identificado) que ha sacado el mayor
provecho a estas circunstancias y han utilizado el tiempo para autoconocerse y
ser creativos, aparte de mantener sus obligaciones mundanas.
Esto no hubiera sido posible sin
el confinamiento obligatorio y, sobre todo, sin el silencio (aunque no absoluto)
que nos permite concentrarnos en nuestros proyectos personales.
Sé que puede parecer egoísta y
hasta de pecar de narcisismo el pensar sólo en el beneficio que nos trae el
encierro y no analizar con más profundidad en todo el dolor producido por la
pandemia a miles de familias en el país y el mundo. Pero, en defensa propia, diré
que también somos víctimas de las circunstancias, sólo que nos tocó vivirlas de
una manera diferente. Claro que más cómodas, hasta el punto de atrevernos a
decir que las hemos disfrutado, pero no escogimos vivirlas, lo que hicimos fue
adaptarnos lo mejor que pudimos.
Paradójicamente, como diría Dostoievski
cuando se encontraba condenado a trabajos forzados en Siberia, encerrados, pudimos
encontrar la libertad.
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