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LO QUE NOS QUEDA DEL SILENCIO




El silencio y la soledad están íntimamente relacionados con la creatividad. No es de sorprendernos que grandes obras maestras en diferentes terrenos como el artístico, el científico y filosófico, hayan sido creadas en pleno periodo de aislamiento y tranquilidad. Ejemplos los hay muchos y son conocidos por todos.

Tanto el silencio exterior como el interior (el más difícil de lograr) nos ayudan a concentrarnos en nosotros mismos y en lo que nos rodea. Es en estos momentos de silencio y soledad, cuando discriminamos lo nimio de lo trascendental.

Lastimosamente, este silencio del que parcialmente hemos disfrutado como consecuencia nefasta de la pandemia (Covid 19) está pronto a desaparecer.

La presión por parte del sector comercial y productivo de la ciudad hacia las autoridades es cada vez más influyente y poderoso. A esto se suma la imperante necesidad de la clase pobre quien trabaja generalmente en la informalidad, y que requieren de la reactivación social para subsistir. Son los que más han sufrido los efectos catastróficos de la crisis sanitaria y están, con justa razón, desesperados. Los que tenemos la suerte (pese a la situación) de contar con un techo seguro y alimento, no vemos ni conocemos directamente esta realidad. La observamos desde la comunidad de nuestras casas a través de la televisión o el teléfono celular.

Sin embargo, los hay quienes a pesar de tener el privilegio de un lugar donde resguardarse y nutrirse, encuentran insoportable el encierro y la falta de contacto social. Estos, están desesperados emocionalmente. No sufren por el hambre ni la enfermedad; su padecimiento es superficial, si podemos darle un nombre a su necesidad de verse rodeados de otros.

Pero también existe una minoría (entre los que, si me permiten, me siento identificado) que ha sacado el mayor provecho a estas circunstancias y han utilizado el tiempo para autoconocerse y ser creativos, aparte de mantener sus obligaciones mundanas.

Esto no hubiera sido posible sin el confinamiento obligatorio y, sobre todo, sin el silencio (aunque no absoluto) que nos permite concentrarnos en nuestros proyectos personales.

Sé que puede parecer egoísta y hasta de pecar de narcisismo el pensar sólo en el beneficio que nos trae el encierro y no analizar con más profundidad en todo el dolor producido por la pandemia a miles de familias en el país y el mundo. Pero, en defensa propia, diré que también somos víctimas de las circunstancias, sólo que nos tocó vivirlas de una manera diferente. Claro que más cómodas, hasta el punto de atrevernos a decir que las hemos disfrutado, pero no escogimos vivirlas, lo que hicimos fue adaptarnos lo mejor que pudimos.

Paradójicamente, como diría Dostoievski cuando se encontraba condenado a trabajos forzados en Siberia, encerrados, pudimos encontrar la libertad.


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