Vas de camino a clases. Logras observar de alguna forma lo que los medios implícitamente describen. La informalidad en la ciudad se ha vuelto caótica. Espacios y rostros los hay de todos lo colores. Escuchas noticias sanguinarias que parecen desenterradas de las mentes más perversas del mundo macabro, (una mujer violentada sexualmente con objetos poco ortodoxos, entre ellos un taco de billar) pero te das cuenta que no, que ese mundo macabro aparentemente inofensivo, está en fase terminal.
No sacaría nada mencionando el cliché "sociedad enferma" porque con esto no solucionas nada ni formas parte de la solución, es más, tú también eres parte de ella, aunque la diferencia es que unos se avergüenzan y otros ni se percatan.
Avanzas un poco, apresurado en tu anhelo de llegar puntual, y de repente logras observar un gesto que parecería paralizarlo todo y detenerte por un momento de la algarabía urbanística:
Se trata de una anciana arrimada a una pared, quien, al ver a un joven fumar, lo recrimina confianzudamente, incluso sin conocerlo. Creo que tuve el privilegio de haberlo observado. Miré a mi alrededor para confirmar si alguien más pudo ver lo que yo, pero todo el mundo parece distraído en sus propios problemas.
Son gestos paralizantes, encierran la mirada del milagro, el asombro de los albores de la civilización, la filosofía y el pensamiento ¿No sería mejor que la anciana sea indiferente ante el autodaño que se provoca el joven fumador? Sin embargo, ella, en su experimentada vida, le advierte, lo aconseja con un gesto advenedizo, y él ríe confiado en que el mundo está a sus pies y la muerte está lejana todavía.
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